Mi experiencia con la menopausia y las microdosis de psilocibina

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A mis 53 años, la palabra «menstruación» ya no forma parte de mi vocabulario cotidiano. Sin embargo, recuerdo como si fuera ayer la primera vez que apareció, de manera inesperada y un tanto molesta, recordándome que mi cuerpo estaba listo para un nuevo capítulo en mi vida como mujer. Pantalones manchados, fiestas canceladas, saltos de humor…vida!! Soy mujer y la regla me lo recuerda.

Durante años, la menstruación fue una compañera fiel, a veces un poco latosa, pero siempre presente. Con el tiempo, aprendí a entender sus ciclos y a aceptar sus molestias como parte de mi feminidad. Pero como todo en la vida, la menstruación también llegó a su fin. La menopausia apareció sin previo aviso, como un torbellino de emociones y síntomas que me hicieron sentir como si estuviera en una montaña rusa emocional.

Ah, la menopausia. Esa etapa de la vida que todas esperamos con ansias… ¿o no? Si eres como yo, probablemente estés experimentando una serie de «encantadores» síntomas que te hacen preguntarte si realmente estás viviendo tu mejor vida.

Sofocos intensos que me despertaban en medio de la noche, cambios de humor repentinos que me hacían pasar de la risa al llanto en cuestión de segundos, insomnio persistente que me dejaba agotada y sin energía… la lista parecía interminable.

¿Recuerdas cuando solo sudabas después de un entrenamiento intenso? Bueno, esos días quedaron atrás. Ahora, el sudor es tu compañero constante. No importa si estás en una reunión importante, en una cita o simplemente tratando de dormir, el sudor siempre encuentra la manera de aparecer. Y no es solo un poco de sudor, no. Estamos hablando de sudor que te empapa la ropa, te hace sentir como si estuvieras viviendo en un sauna y te obliga a cambiar de ropa varias veces al día.

¿Dormir toda la noche? ¡Qué idea tan extraña! Ahora, tus noches se llenan de pensamientos aleatorios. Y aunque estás agotada, simplemente no puedes conciliar el sueño. ¡Gracias,
menopausia!

La menopausia no solo afecta tu estado de ánimo y tus niveles de energía, sino que también transforma tu cuerpo de maneras que nunca imaginaste. Vagina seca, infecciones urinarias, uñas quebradizas, cabello crujiente, tetas caídas… la lista continúa. Te miras en el espejo y te preguntas quién es esa persona que te devuelve la mirada.

Estos síntomas no solo afectaron mi vida personal, sino que también pusieron en peligro mi matrimonio, mi relación con mis hijos y mi desempeño laboral.

Mi esposo, que siempre había sido mi apoyo incondicional, no entendía mis cambios de humor y se sentía frustrado al no saber cómo ayudarme. Mis hijas, que estaban en plena adolescencia, se alejaron de mí, sintiéndose confundidas y asustadas por mi comportamiento.

En el trabajo, mi rendimiento se vio afectado. Me costaba concentrarme, olvidaba cosas importantes y me sentía irritable con mis compañeros.

Durante años, he sido una firme creyente en la ciencia farmacéutica. Mis medicamentos siempre han venido en frascos, prescritos por médicos y respaldados por estudios clínicos. La idea de recurrir a sustancias psicodélicas para mejorar mi bienestar mental me parecía, en el mejor de los casos, excéntrica. Sin embargo, la vida a veces nos presenta caminos inesperados, y el mío me llevó a explorar el mundo de la microdosificación de psilocibina.

Mi esposo, un terapeuta veterano que había participado en estudios clínicos sobre psilocibina, me propuso un protocolo de microdosis. Al principio, fui escéptica. Había leído sobre la microdosificación, pero la asociaba con experiencias recreativas y contraculturales. Sin embargo, su conocimiento y la creciente evidencia científica me hicieron reconsiderar mi postura.

Investigué a fondo. Descubrí estudios que respaldaban el potencial terapéutico de la psilocibina, especialmente en el tratamiento de la depresión resistente. La reciente publicación de la Asociación Americana de Psiquiatría, que demostraba la superioridad de la psilocibina sobre los antidepresivos convencionales en casos de depresión grave, me dejó impresionada. Los escáneres cerebrales revelaron un aumento significativo en la actividad neuronal, un efecto que persistía durante semanas.

Con la mente abierta, decidí probar el protocolo de microdosis. Un domingo soleado, tomé la dosis prescrita y esperé. No hubo una epifanía instantánea, ni un cambio drástico en mi percepción. En cambio, experimenté una sensación sutil pero profunda de calma y claridad.

Mientras caminaba bajo el sol de Montreal, noté la belleza de mi entorno con una intensidad renovada. Los árboles, las flores, el calor del sol en mi piel… todo parecía más vibrante, más significativo. No hubo alucinaciones, ni distorsiones de la realidad. Simplemente, me sentí más presente, más conectada con el momento.

Una calma milagrosa se apoderó de mí. Mi mente, generalmente un torbellino de pensamientos y preocupaciones, se aquietó. Experimenté una sensación de paz y bienestar que nunca antes había sentido. Llamé a mi hermana y mantuvimos una conversación profunda y significativa. Escuché con atención, sin distracciones ni juicios.

Esa primera experiencia fue transformadora. Me di cuenta de que la microdosificación de psilocibina no se trataba de escapar de la realidad, sino de experimentarla de una manera más
plena y consciente. Una semana después, repetí la dosis, y los efectos fueron similares.

Los sofocos se hicieron menos intensos y menos frecuentes, los cambios de humor se suavizaron y el insomnio se desvaneció, permitiéndome descansar por las noches y recuperar energías. Pero lo más importante fue que las microdosis me ayudaron a reconectar conmigo misma, a aceptar los cambios en mi cuerpo y a recuperar la confianza en mi capacidad para enfrentar los desafíos.

No fue un camino fácil. Hubo momentos de crisis y recaídas, especialmente al principio. Recuerdo una vez que, en medio de una reunión importante en el trabajo, sufrí un sofoco tan intenso que me hizo sentir avergonzada y vulnerable. También hubo momentos en que los cambios de humor regresaron con fuerza, haciéndome sentir irritable y frustrada. Pero a pesar de las dificultades, no me rendí. Seguí investigando, aprendiendo sobre los efectos de las microdosis y ajustando la dosis según mis necesidades.

Recuerdo claramente el día en que mi padre sufrió un infarto grave. La noticia me golpeó con fuerza, y la idea de que su vida cambiaría para siempre me llenó de dolor. Lloré, pero luego la tristeza fluyó como un río, suave y naturalmente. La microdosificación no silenció ni amplificó la emoción, simplemente me permitió experimentarla sin sentirme abrumada.

Esa noche, tuve un sueño inquietante en el que veía a mi padre en un ataúd. Desperté con ansiedad, un sentimiento que solía dominar mi vida. En el pasado, habría recurrido a las compras compulsivas para calmar mi dolor, pero esta vez fue diferente. Me levanté, me vestí y me miré al espejo. Por primera vez, las palabras de ánimo que me repetía a diario cobraron sentido. ¡Tenía el control! No cedí a mis impulsos adictivos. La microdosificación me había permitido conectar conmigo misma y enfrentar mis miedos.

A diferencia de las dosis completas de psilocibina, que pueden producir efectos psicodélicos intensos, las microdosis no alteran significativamente la conciencia. No hay «subidón» ni «bajón», solo una sensación sutil de bienestar que se mantiene a lo largo del tiempo. Dosifico psilocibina cada dos o tres días. No interfiere con mis actividades diarias. Puedo conducir, ir al mercado, ver a mis amigos. El único cambio que he hecho es llevar un registro de mis pensamientos y percepciones en los días en que la consumo.

En los días siguientes a la microdosificación, mi vida laboral ha mejorado notablemente. Las ideas fluyen con facilidad, me resulta más sencillo concentrarme y todo parece posible. Mi
ansiedad social ha disminuido, me siento más segura de mí misma y mis cambios de humor se han estabilizado.

Hoy, puedo decir que la menopausia ya no es un problema en mi vida. Gracias a las microdosis de psilocibina, he recuperado mi equilibrio emocional y he aprendido a vivir plenamente esta nueva etapa de mi vida. Mi matrimonio se ha fortalecido, mi relación con mis hijos ha mejorado y mi desempeño laboral ha alcanzado nuevas metas. Me siento más fuerte, más sabia y más conectada conmigo misma que nunca antes. De nuevo me siento viva!! y ya no sangro…


Adriana Franco es psicoterapeuta especializada en adicciones infancia y adolescencia de la universidad de Sherbrooke en Canadá. Quien ahora trabaja con la psilocibina como herramienta terapéutica y tratamiento de elección para las mujeres con menopausia.


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