Me separé de mi esposo a los 3 meses de haber empezado mi protocolo de microdosis de psilocibina después de 10 años de casados.
Quizá no suena muy alentador para aquellos que se están pensando eso de empezar este camino o que quieren probar las medicinas ancestrales. Pero si sigues leyendo, descubrirás que el final es mucho mejor que el principio.
El principio inicia con mi infancia, con la construcción de mis creencias raíz.
Te cuento un poco más; según Siegel, D. J., médico estadounidense experto en neuroplasticidad, los primeros años de vida son un período crítico para el desarrollo cerebral. Durante esta etapa, el cerebro experimenta un crecimiento exponencial, formando billones de conexiones neuronales que sentarán las bases para el pensamiento, el comportamiento y las creencias de un individuo a lo largo de su vida.
Las experiencias repetidas y las asociaciones en la infancia entre estímulos refuerzan ciertas conexiones neuronales, creando así las bases para las creencias.
En mi caso, una de las miles de creencias que fueron reforzadas en la infancia fue que la seguridad física y emocional solo podría dármela alguien que no fuera yo, en este caso un hombre. Crecí con una mamá muy inestable emocionalmente y en efecto, la única persona que me hacía sentir segura era mi papá.
También cabe decir que recibí una educación católica dirigida hacia el sacramento del matrimonio, los hijos y la familia de revista. En pocas palabras, desde el amor de mis papás, sumado a mi familia y la sociedad que me rodeaba, fui entrenada para casarme y tener hijos como un medio para encontrar la estabilidad.
Así es que mientras viví una adolescencia muy sola y con mucha confusión, culpa, vergüenza y exigencia por parte del entorno y por mí misma, empecé desde entonces a buscar a ese hombre que me diera la seguridad que yo necesitaba. Inconscientemente buscaba salir de mi casa a como diera lugar con la esperanza de poder crear mi propio espacio seguro junto con mi esposo y mis hijos.
Y así fue que, después de varios años de búsqueda, a los 23 años encontré a un hombre que me hizo sentir segura desde la primera vez que lo ví. Un hombre que, aunque no cumplía con las altas expectativas de mi mamá, encajaba bien en el perfil de lo que mi familia deseaba para mí. Me enamoré y a los 3 años de relación decidimos casarnos.
Disfruté muchísimo esa etapa de mi vida. Fueron años muy suaves, fáciles y fluidos. Hasta que dejaron de serlo. Y no se imaginen que algo cambió en él, en realidad no tengo nada que reclamarle al papá de mis dos hijos, simplemente mi proceso natural de evolución y crecimiento me estaba llevando hacia otro lado.
Llevaba años meditando, me había ido a la India, había probado ya cantidad de terapias y promesas new age para el desarrollo personal, y si bien cada una de ellas me acercó más a mí, ninguna terminaba de darle una explicación a mi falta de plenitud y sentido en la vida.
Seguía soñando en las noches con la fantasía del hombre perfecto – el príncipe azul, a pesar de que yo creía que dormía con él todas las noches, entonces todo parecía confuso e incongruente.
¿Por qué seguía buscando al hombre perfecto que me prometiera amor eternamente si lo tenía al lado?
¿Por qué seguía buscando algo fuera de mí si al parecer tenía todo lo que me habían dicho que me haría feliz?
La respuesta la leerán más adelante.
Entonces como parte de mi crisis personal que permeó en una crisis matrimonial, mi esposo y yo decidimos hacer de todo: fuimos con una sexóloga, a terapia de pareja, entramos a un coaching de 1 año, hablamos, profundizamos, nos cuestionamos, hacíamos las tareas que nos dejaban y nada de eso nos hacía volver a conectar.
Hasta que llegaron los hongos psicodélicos a nuestra vida.
Hicimos una dosis de hongos medicinales a una semana de nuestro décimo aniversario de bodas. Lo hicimos con la intención de recuperar el amor y la conexión, y así fue, pero no cómo ustedes lo imaginan.
En esa ceremonia sentí un amor y agradecimiento profundo por ese hombre que me había recibido en ese momento de búsqueda en el que estaba tan desconectada de mí que no pude darme cuenta que el camino no era hacia fuera sino hacia dentro.
En esa sesión de 6 horas en un estado alterado de consciencia, sentí por él el amor más puro, el amor que uno le puede tener al padre de sus hijos, al hombre que eligió para crear un hogar, y al hombre más noble y generoso que jamás pude haber conocido.
Pero también sentí que era momento de regresar a casa. Me di cuenta que no podría amar a nadie más, aunque suene trillado, hasta que me amara a mí misma, que no podía sentir seguridad en nadie más, si no podía sentir seguridad en mí.
Así que ambos seguimos por el camino de los hongos con las microdosis. Llevar ese proceso sub perceptual en dosis bajas dentro de lo cotidiano nos abrió a los dos la puerta hacia el miedo que nos daba estar separados y lastimar a nuestros hijos, pero nos llevó también a elegirnos de manera individual para reencontrarnos personalmente y crear nuestras propias creencias.
Las microdosis de hongos me llevaron a ver la ansiedad reprimida que experimentaba desde que era niña. Me llevaron a sentir el odio, el rencor y la ira que nunca nadie me dejó expresar. Me llevaron a ver mi partes más oscuras para al final del proceso de 12 meses, terminar profundamente enamorada de mí mientras me paraba bien plantada en el piso sintiéndome segura como nunca antes a pesar de ser una mujer divorciada con dos hijos chiquitos y sin puta idea de qué hacer de su vida.
Las microdosis derribaron todas y cada una de mis creencias limitantes para conectar nuevas rutas hacia el amor propio, la certeza, la esperanza, la creatividad y la conexión con el todo.
Hoy después de 3 años de este proceso estoy con una nueva pareja que no se parece en nada a los cuentos de princesas que me leía mi papá. Que no tiene una sola de las cosas que mis abuelos hubieran deseado para mí. No es ni físicamente como lo soñaba de niña. Pero es el hombre que elegí desde esta nueva versión que soy hoy. Desde esta mujer que se elige primero a sí misma todos los días, que se sostiene a ella y a sus hijos, que se cuida, protege y respeta a ella misma y que recibe a todas sus demás relaciones como un complemento perfecto.
Dejé de soñar por las noches con el hombre perfecto. Cambié eso por sueños en los que me llevo a todos los lugares que yo quiera sin dudar, sin miedo, con disfrute y sin culpa.
Les dije que el final de esta historia estaba mejor que el principio. Y es hermoso, porque al mismo tiempo este final, es el principio de la nueva vida llena de libertad que me regalaron los hongos medicinales.
Por eso hoy no me cansaré de hablar de ellos y de su poder porque soy testigo del regalo que son para la humanidad.